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Claramente derrotado 3-1 en su visita a Peñarol este miércoles en Montevideo, Botafogo logró sin embargo su primera clasificación a una final de la Copa Libertadores, en la que enfrentará al también brasileño Atlético Mineiro.
Los goles uruguayos fueron marcados por Jaime Báez, a los 30 y los 65, y Facundo Batista, a los 89. Había descontado el argentino Thiago Almada, para el Fogão, a los 88.
Botafogo obtuvo su clasificación gracias a su espectacular victoria 5-0 en el partido de ida de las semifinales, el pasado miércoles en Rio de Janeiro.
Ahora el Fogão se verá las caras con otro brasileño, Atlético Mineiro, que el martes dejó por el camino al argentino River Plate, en cuya cancha en Buenos Aires se disputará la final del torneo, el 30 de noviembre, en un único partido.
- Por el honor -
Peñarol iba por su undécima final en una copa que ganó en cinco (y ya lejanas) ocasiones, sabiendo que esta vez era prácticamente misión imposible después de la aplastante derrota en la ida.
Botafogo iba por la primera, pero seguro de que esta vez no se le escaparía.
El DT aurinegro Diego Aguirre puso en cancha todo lo que podía poner. Los de Artur Jorge, en cambio, llegaron a Montevideo con muchas modificaciones en su equipo titular respecto al que dio en casa una exhibición de buen fútbol y eficacia.
Y en un Centenario que no debía ser el escenario de este encuentro (la cancha de Peñarol, el estadio Campeón del Siglo, no fue avalada por las autoridades policiales uruguayas por razones de seguridad), el Manya se plantó con un objetivo, el único realista: dejar atrás la triste imagen de Rio.
A pura fuerza y entusiasmo, con centros, pelotazos y algunos ataques hilvanados, siempre bajo la conducción de un ubicuo Leo Fernández, Peñarol buscó. Y a los 31 encontró premio con un bombazo desde fuera del área de Jaime Báez.
Tremendo gol, que pudo ser seguido de otro dos minutos después: un palo se lo negó a Rodrigo Pérez.
La tromba anímica aurinegra sumergía a los brasileños. El hincha alentaba, cantaba, gozaba. Se ilusionaba con que apareciera nuevamente el "Peñarol de los milagros".
El clima era caliente, como lo había sido fuera y dentro de la cancha (sobre todo fuera, con incidentes, represión policial, unos 200 uruguayos detenidos) en la ida.
Y en ese ambiente, pautado por la embestida manya y las demoras permanentes de los jugadores brasileños, el (muy buen) arquero de Peñarol Washington Aguerre perdió la cabeza, como le sucede a menudo: ya terminado el primer tiempo agredió a su par rival John y se fue expulsado por el árbitro chileno Piero Maza. Un suicidio.
- Cabeza en alto -
Con un hombre más, Botafogo encontró espacios.
A los 53, Maza cobró un controvertido penal para la visita por mano en el área del aurinegro Guzmán Rodríguez. Tras revisión en el VAR la sanción fue revertida. Alivio en el Centenario.
Peñarol no tenía el ritmo del primer tiempo, el público parecía alicaído, pero un nuevo zapatazo de Báez desde fuera del área duplicó la ventaja para el local, a los 65.
La expulsión del uruguayo Mateo Ponte, cuatro minutos después, dejó a ambos equipos con 10 y a Peñarol le dio nuevas alas.
Leo Fernández siguió desplegando su talento, todo Peñarol su fuerza, pero la última ilusión se desvaneció cuando a los 88, luego de un rápido contraataque, el argentino Thiago Almada marcó su gol.
Nada cambió el tercer tanto manya, marcado un minuto más tarde por Facundo Bastita. Aquel maldito segundo tiempo en la noche carioca, en la que todo le salió al Fogão (tres goles en menos de diez minutos), había resultado lapidario.
A pesar de la amargura, Peñarol encontró este miércoles motivos para el orgullo. Botafogo, obviamente, también, aunque la impresión dejada en Montevideo no haya sido la mejor.
dg/cl